Thursday, December 29, 2005

FINAL) EL CINE QUE VENDRA.

Por Waldemar Verdugo.

-Adiós al Jovencito Séptimo Arte con un Beso.

Ahora que escribo, es abril 27 de 2002. Estoy en Santiago de Chile, pero he vivido en California en diversas oportunidades entre 1980 y 1997, en Baja en ciudades como Cabo San Lucas y Tijuana; cruzando la "línea" y San Diego, nos recibe Los Angeles, uno de cuyos barrios es Hollywood, que ocupa una extensión similar al puerto de Cartagena en la costa central chilena, y también semejante por sus colinas que vienen a caer al mar. Siendo corresponsal de la revista VOGUE en Hollywood para México, tuve oportunidad de escribir variados artículos de la ciudad del cine, desde entrevistas y breves ensayos hasta algo de crítica. Revisando lo que escribí entonces, rescato algunas cosas que me han permitido visualizar ahora algo de lo que vendrá en el cine, recorriendo las calles, por decir así, de su domicilio original.
Hollywood se convirtió más que en un lugar tangible en una actitud mental, una especie de sueño para ser envidiado, suspirado, admirado y alcanzado por momentos en una sala oscura. Jorge Luis Borges (en su libro "Discusión", 1932), después de precisar que "el problema central de la novelística es la causalidad", habla de "la infinita novela espectacular que compone Hollywood... y que las ciudades releen. Un orden muy inverso los rige, lúcido y atávico. Es la primitiva claridad de la magia."
Y si declara Borges que uno de los caracteres esenciales de la narrativa es lo que define como "teología de palabras y de episodios", resuelve que ese carácter es "omnipresente también en los buenos films." Para él, "los mejores momentos los deparaban las primeras escenas, cuando se estaba organizando la trama y tratábamos de adivinar qué ocurriría. Quizá antes de que empezara el film estábamos ya en ese estado de inquietable felicidad."
Se pensó que Hollywood había muerto. Cuando el uso de las piernas terminó en norteamérica hace más o menos cuatro generaciones, cuando para ver películas no se hizo necesario salir del hogar. Una crónica de comienzos de 1980, que publiqué en el medio citado, dice: "Desde la ventada de mi dormitorio diviso las arenas suaves de Malibú, estoy justo pasando la punta de diamante, donde las montañas de Santa Mónica se juntan con el océano Pacífico. Esta parte del sur de California, viendo, como quien dice, hacia México, tiene una belleza agreste, es un paisaje montañoso, por eso se habla de "las colinas" de Hollywood; pero no es diferente al paisaje que podemos ver en la costa central de Chile, yo diría que el clima se parece extraordinariamente al de la región central chilena lluvias casi inexistentes, baja humedad, mucho sol y vientos tamplados). La única diferencia notoria de inmediato es que aquí el mar no tiene olor; ese aroma a algas, yodo, sal y seres vivos marinos que sentimos hacia el Sur, aquí no existe. El agua se ve limpia y del mismo color del Pacífico que sabemos hacia el Sur, sin embargo los procesos de descontaminación a que se han sometido estas costas, con altos porcentajes de químicos en las aguas potables que siempre van a dar al mar, simplemente han ahuyentado, por decir así, el aroma único de las primeras aguas. Por supuesto que no hay un mal aroma, solamente es que no existe aquí el olor marino, yo diría que, viniendo por la costa desde Tijuana en México, el fenómeno se comienza a apreciar ya desde San Diego. Me han dicho que en San Francisco, más al norte, aún allí el mar conserva su aroma. Lo tomo como una peculiaridad de la costa de Los Angeles.
"Hoy en la mañana con la licenciada Nancy Reyes, que es una especie de relacionadora pública de algunos enclaves culturales en la ciudad, visitamos el Museo John Paul Getty, escondido muy cerca de la casa de mis amigos donde me hospedo; el museo es muy respetado por su prestigio y medios; de hecho su ubicación está en un cañón de pura roca de 26 hectáreas que mira al mar. Cobija una abismante colección de antigüedades, pinturas y objetos decorativos que pertenecieron al millonario Getty. Pudimos ver (aunque no se nos permitió fotografiar) parte resguardada de la legendaria colección de esculturas en mármol de la antigüedad que reunió Getty en su vida, con figuras en posiciones comprometedoras que las hace únicas, y que la censura oficial prohibe exhibirlas públicamente. Cada una es una obra de arte, que guia un enorme caudal emocional. Nos dicen que esperan les sea levantada la censura oficial luego de la inversión de 360 millones de dólares en una innovación del Centro Getty que se planifica.
(Ahora debo agregar que el Centro Getty efectivamente se inauguró en 1997, sin que les fuera levantada la censura, que los obliga hasta ahora a conservar en bodegas obras únicas de la antigüedad.)
Luego de visitar el Museo Getty, fuimos a casa de amigos comunes, que son servidos por una auténtica familia descendiente de indígenas Chumash, nativos del lugar quienes bautizaron a esta zona de Hollywood como humaliwo, que quiere decir "donde el oleaje suena con fuerza." Ahora no hay forma de entrar a Bel Air sin el escrutinio de vigilancia. Esta está en el Westside de Los Angeles, y la componen además Westwood, Rancho Park, Cheviot Hills, Brentwood y Pacific Palisades, que conforman un círculo de residencias a la altura de uno de los ingresos per cápita más altos de California. Aunque el Westside no existe como ente administrativo, el término se usa en L.A. para definir el bloque urbano que se extiende entre el oeste de Hollywood y el Miracle Mile. Y si en Beverly Hills es relativamente fácil ubicar muchos hogares en que vivieron legendarios artistas del cine, o las actuales estrellas de la televisión, aquí en Bel Air resulta casi imposible. Es cierto que todo Hollywood hoy descansa entre las colinas de L.A. como símbolo de una época de oro. Muy protegido: guardias costeados por los vecinos se preocupan de detener a cada peatón después de las nueve de la noche y acompañarlo a su destino, si no pertenece al sector. De noche, salir a caminar es imposible, además de los guardias que piden identificarse a cualquier desconocido unas cuatro veces en un trayecto de diez calles, aunque, es cierto, luego de conocerte ya nunca más te molestan, entonces surge el problema de los perros, que siempre hay alguno escapado de su casa dispuesto a probar su ferocidad con el primero que sienta que invade su espacio. Hay que fotografiar con extrema discreción y es mejor no caminar por ningún sendero verde. De vuelta, al atardecer mis amigos me han llevado a tomar un aperitivo al Hotel Bel Air, un complejo de 1946, que arquitectónicamente tiene reminiscencias del estilo misión, el de las antiguas edificaciones religiosas de California. El hotel son cuatro hectáreas y media de jardines con azaleas, palmeras, duraznos, damascos, higueras, rosas, camelias, buganvillas, es una especie de paraíso subtropical, con lagunas, cascadas y bandadas de cisnes, todo ideal, y no se ve tan artificial. Antes de volver, pasamos a comprar algo al Boulevard Wilshire, una avenida de altos edificios modernos, donde hay de todo lo mejor, hoy por hoy el centro del remolino de los negocios del carísimo cine actual y la televisión más accesible.
En las casas de las colinas de Bel Air, los niños no corren ni juegan en sus jardines, están en sus casas mirando televisión o con las piernas recogidas sentados en las sillas de sus escuelas o relajados en el agua de las piscinas interiores. Aquí caminar es una excentridad que se practica solo por deporte o necesidad extrema. Sin embargo, hay gente que sale exclusivamente al cine, para ver películas que se han consolidado como "de arte"; me han invitado estos días a seguir un ciclo de cine brasileño, en una pequeña sala, para no más de doscientas personas, al amparo del flamante Rodeo Drive. Hoy no se sabe cuál será el destino de Hollywood como fábrica de películas, sin embargo, estos pequeños cine-arte que han surgido (cuando en países como Chile, Argentina y México llevan décadas de existir) hacen permanecer en el aire un hálito auspicioso. Sin embargo, hay aquí quienes dicen que la industria cinematográfica es casi puro espectro. La televisión de manos de inversionistas ajenos a los primeros 100 Años de la invenciín del cine se han posesionado de los estudios. United Artists, Paramount, Columbia Pictures, Tri-Star, Metro Goldwyn Meyer...son ahora nombres desconocidos para la nueva generación: el australiano Rupert Murdoch compró la 20th. Century Fox; otro australiano, Kirk Kerkorkian compró MGM; el italiano Giancarlo Peretti adquirió los estudios de Canon y New Entertainment; L'Oreal de Francia compró los estudios de dibujos animados en Sherman Daks... la mayoría de los observadores, entonces, predice que la situación actual de Hollywood va encaminada drásticamente a ser absorvida por la producción televisiva."
Ahora que han pasado casi dos décadas desde que escribí lo anterior, mi punto de vista sigue siendo optimista. Porque es cierto que la industria televisiva absorvió los mayores Estudios, pero esto representó sólo un nuevo desafío: el encaminar la televisión a una forma de arte, tal y cual el cine demostró en sus primeros 100 Años, que en ese tiempo logró situarse como la máxima expresión artística del siglo XX, quizás si no requirió más tiempo porque no lo necesitaba, cumpliéndose la característica que diferencia al arte de las otras expresiones humanas: el ser esencialmente un quehacer efímero. Por supuesto que el cine continúa produciéndose, pero lo que antes era barato y dorado, ahora es más inaccesible, pero mucho más valioso artísticamente. Con hacedores cuyas tendencias disparejas se hermanan en la madurez, cuando ya hay un camino sólido recorrido que representa un desafío enorme. Porque, digámoslo, a la gente que actualmente es famosa a través de la televisión, sólo le interesa acceder a un buen papel en la Pantalla Grande. Digamos que así como ahora son populares en todos nuestros países los cine de arte, que se nutren con las cintas clásicas de todo el mundo, el filmar una buena película incluye el status de que hay de respaldo una fuerte inversión, en el peor de los casos, o es una cinta apoyada por un buen guión y equipo artístico en que la inversión fuerte es solamente el talento, lo que, digámoslo, en el mundo del cine actual es más valioso que el dinero, por lo escaso.
Es cierto que este espíritu ya inflamaba la ciudad del cine desde hace tiempo. A finales de la década de 1960, la corresponsal chilena en Hollywood Graciela "Toto" Romero, afirmaba: "Hollywood vive ahora una pasión artística similar a la de Europa... Michelangelo Antonioni no es el único europeo difícil enrolado en las antaño infantiles brigadas de filmación del Hollywood de cartón. El director polaco Roman Polanski ("El cuchillo en el agua", primer premio de los críticos neoyorquinos, entre otros brillantes galardones) también firmó contratos con California; su filosofía realista la resume diciendo: -"Seguir engañando al público sería responsabilizarnos de una mentira que destruye por la inevitable confrontación de los engañados por la verdad del amor sucio, del sexo limpio, del ladrón bueno y y del honesto perverso, de la fealdad bella y de la belleza repugnante". Sharon Tate, la compañera norteamericana de Polanski, y que es una de las tres heroínas de "El valle de las muñecas", lamenta su anatomía, que habrían envidiado la Harlow y la Garbo y que habrían adorado los fanáticos de antaño. Dentro de un bikini minúsculo pero si una gota de pintura en la cara, declara Sharon tate, tomando sol en la cubierta del barco: "-Polanski dice que mi apariencia "sexy" es fatal para las buenas películas y yo creo lo mismo. Siempre me dan el papel de "la tontona". Creo tener 10 años más de estudios dramáticos que cualquiera otra actriz actual para borrar el mal efecto de un físico que como mujer corriente agradezco. Pero yo quiero se actriz". Al bajar del barco que nos llevó a todos a Los Angeles, Sharon Tate se pierde entre el gentío, vestida con un par de pantalones insignificantes y el pelo rubio, natural, bastante desgreñado. Nadie la acosa. Internándonos por Beverly Hills, Hollywood pleno, Fred Mc Murray cruza una esquina con un paquetito muy poco cinematográfico en la mano. La redención de Hollywood está también en ese paquete del transeúnte Mc Murray y en la desolación dramática de Sharon Tate por su "sexismo". Cerca del Teatro Chino, anonadado, muy lejos del viejo edificio, por las cuatro esquinas del mundo donde los actores de hoy, los directores y los fabricantes de cine hollywoodense experimentan la nueva dimensión dramática del celuloide, está el verdadero Hollywood recién nacido."
La cronista "Totó" Romero no podía saber que si acaso no recogió una de las últimas imágenes de Sharon Tate, a punto entonces de encontrar una redención no deseada, brutal, cuando la secta de Charles Manson se introdujo en su hogar de Beverly Hills. Se dice que a partir de 1969, cuando es asesinada Sharon Tate, los fantasmas comenzaron a invadir la ciudad, que, oficialmente, había abierto sus puertas al horror siete años antes, cuando muere Marilyn Monroe.
A finales de 1995, hicimos una reseña con lo que ofrecía Los Angeles al turista entonces, aconsejaba una comida rápida en el Dive! De Steven Spielberg; un almuerzo en Twin Palms, de Kevin Costner (en Pasadena); tomar el aperitivo en The Monkey Bar, de Jack Nicholson; cenar en Schatzi on Main, de Arnold Schwarzenegger... "L.A. también es una estrella de cine: acogió a Julia Roberts en sus calles de Beverly Hills para filmar "Pretty Woman", se prestó para tórrido escenario de "El Guardaespaldas" y "Propuesta Indecente", le cedió su céntrica Municipalidad a Superman para transformarla en el diario "El Planeta"... desde que acogió a Hollywood en uno de sus barrios, la ciudad dejó de ser una simple red urbana, convirtiendo el sitio en la cuna del nuevo arte, en que se utilizó toda la ciudad para filmar: hacia 1920, el 80 por ciento de las películas del mundo se hacían en L.A. Por esto se dice que el muelle del playero barrio de Santa Mónica, por ejemplo, que data de 1908, es el más filmado y fotografiado en la historia del Séptimo Arte; Santa Mónica está dividido en cuatro sectores donde coexisten galerías de arte, teatros, tiendas de ropa, sofisticados malls y cafés al aire libre. Hay museos, cines y gente de los cinco continentes dando vueltas por sus calles día y noche. Bajando por la costa, desde Santa Mónica al sur, brota una hilera de playas: Venice, Marina del Rey, Manhattan Beach, Hermosa Beach, redondo Beach y Long Beach. Otro barrio, Beverly Hills, se hizo célebre como dormitorio de los artistas que trabajaban en Hollywood. Beverly Hills es puro estilo y sofisticación, cobijando uno de los paraísos americanos del shopping exclusivo en su calle Rodeo Drive; su triángulo más exclusivo (Crescent Drive, Wilshire y Little Santa Mónica) viste a muchas estrellas del momento: Michelle Pfeiffer después de sus compras suele visitar un restaurante italiano y Elizabeth Taylor frecuenta una peluquería local). Por supuesto que en Hollywood, más al este, manda la industria del cine, o el recuerdo de lo que fue rescatado sistemáticamente desde 1991, cuando la ciudad emprendió un plan de revitalización. Su Teatro Chino, en el bulevar Hollywood, es una de las atracciones más visitadas, por conservar las huellas estampadas de más de 150 estrellas de la pantalla grande. Otro símbolo de la ciudad, la torre de la Capitol Records, es parte del barrio desde 1954, así como los museos de Guinness y de Cera. A pesar de estas marcas históricas, sin embargo, el comercio en las calles de Hollywood es pobre: muchas tiendas que semejan comercios de poco capital; bares para todos los gustos, negocios de tatuajes, artículos fotográficos, bazares de todo un poco, tiendas de artículos eróticos, que incluyen salas individuales de exhibición de películas pornográficas que duran según la cantidad de monedas que uno ponga, varios cines de arte poco glamorosos, pero toda esta sutil decadencia poco importa. Porque en medio también subsiste el Hollywood Studio Cecil B. De Mille, que vio a la luz hace 80 años y es un símbolo en pie de la Edad de Oro del Cine. Los otros barrios de Holllywood más elegantes, como Bel Air y Westwood aún mantienen su propia lucha por mantener vigente el cine, o sea, la industria que les permite seguir haciendo arte en un medio en que la televisión parece querer apropiárselo todo."

"Quien ama la vida, ama el cine". Esta frase usada en algunos países para estimular a los espectadores para que acudan a las salas, se ha convertido en una gran verdad. Tras el período de los pioneros de la aventura, la era de los folletones sensacionalistas, los film de arte, el cine parece haber encontrado su verdadero camino. Ahora se filma muy poco para la pantalla grande, pero son películas que, respetando la anécdota, tanto histórica como sentimental o cómica, se sustentan por sí mismas como expresiones genuinas y representativas del arte nuevo que nos legó el siglo XX. Ahora no se filma cualquier cosa, eso se deja para la televisión que está en sus inicios, en plena experimentación. En la pantalla grande ahora sólo se plasman brotes de la plenitud adquirida. El público masivo del cine ahora es el que llena los centros comerciales, generalmente un grupo de varias "salas oscuras" en que la gente no elige ver una obra de tal realizador, o tal, personalidad fabulosa, o tal producción única, ahora el público que es más sabio con 100 años de espectador a cuestas, lo que busca en la sala oscura es ver una nueva obra de arte. Que, digámoslo, son cada vez más escasas. Sin embargo, los cinematógrafos ahora en esta su modalidad de multisalas han prosperado con éxito. Ahora que escribo, en abril de 2002, por ejemplo, en Santiago de Chile el público cinéfilo puede elegir entre las siguientes multisalas:

Chile Films Gran Palace: 4 salas
Hotys Huérfanos: 5 salas
Hotys San Agustín: 8 salas
Hotys Paseo Estación central: 8 salas
Cinemark 6 Plaza Vespucio: 11 salas
Cinemark 10 Plaza Tobalaba: 10 salas
Hotys Puente Alto: 8 salas
Cinemark 8 Gran Avenida: 8 salas
Cinemark 10 Plaza Oeste: 10 salas
Showcase Cinemas Maipú: 10 salas
Cinemark 12 Alto Las Condes: 12 salas
Chile Films Las Lilas: 3 salas
Chile Films Vitacura: 2 salas
Showcase Cinemas Parque Arauco: 14 salas
Hotys La Reina: 16 salas
Lo común se está haciendo en estas multisalas el dejar una para cine-arte clásico, sin embargo en Santiago también hay cines independientes para esta clase de exhibiciones seleccionadas y muestras de festivales internacionales, en que destacan los cines Alameda, el Centro de Extensión de la Universidad Católica, El Biógrafo, Normandie, Chile Films Las Condes, Chile Films Pedro de Valdivia, Espaciocal, Lo Castillo, Sala AIEP, Tobalaba, y varias de Instituciones que ofrecen ciclos gratuitos; por ejemplo, ahora en cartelera la Sala del Instituto Chileno Norteamericano ofrece un ciclo de cine musical; la Sala de la Municipalidad de Providencia un ciclo de Greta Garbo; la Sala Goethe de la Embajada de Alemania ofrece un ciclo de Fassbinder e inicia otro de Bergman; la sala del Instituto Chileno-Francés ofrece un ciclo de Godard que anuncia una muestra de directores de la "nueva ola" francesa. También es necesario citar otras salas en Santiago, más populares, en que se conservan los legendarios "rotativos" con exhibición de tres o cuatro cintas clase B y semipornográficas en tandas sucesivas, como el Cine Prat de calle San Diego, el Cine Plaza, el Nilo y Mayo en el centro, y se anota, al menos un cine triple XXX, el Venus, hacia la Estación Mapocho (que comenzó a funcionar en el año 2001, luego de una dura batalla de los propietarios para lograr los permisos correspondientes de la Alcaldía de Santiago).
Esta oferta cinematográfica no es demasiado mayor a la que se ofrece en otras capitales de América; en todo caso en Chile el Séptimo Arte está más vivo que nunca. La producción cinematográfica nacional, luego de un cierto eclipse durante el régimen militar de Augusto Pinochet, despertó después de 1990; ahora la producción independiente aún es poca, pero se destacan unos diez títulos anuales desde entonces, varios con reconocimientos internacionales y en pleno desarrollo, que se ha ido incrementando con este fondo estatal para el cine que ha permitido incluso algunas co-producciones internacionales interesantes, pero aún se espera una Ley del Cine, que se estudia encaminada a apoyar con fuerza la producción cinematográfica en el país, aunque ya desde unos años es posible postular, entonces a un fondo para películas nacionales.
Visto el cine desde la capital del planeta más alejada de los grandes centros urbanos de la actualidad, el público cinéfilo chileno, según pienso, hemos anotado, evolucionó con los mismos pioneros que en Argentina, México o USA. Al llegar la segunda guerra mundial nos llegaron filmes que, a pesar de su lado espectacular, son himnos a la libertad humana; en Francia, en Italia como en Europa central, la ocupación alemana fue el pretexto para películas que daban una justa idea de la tragedia de una guerra. Al mismo tiempo, fuimos asistencia del florecimiento de un cine más rigurosamente realista, o más bien, neorrealista, y conocimos grandes creadores. Después del florecimiento de la técnica, también sufrimos el adormecimiento de la inspiración, hasta la revolución moral de 1968. Este acontecimiento, con profundas resonancias universales, favoreció el que conociéramos numerosos cineastas que supieron atemperar su talento (y su cámara) a la ruptura y a la liberación que significaron esas fechas. Conocimos el Underground, el cine-verdad (que en Chile un magnífico exponente es lo que filma en su primera época Raúl Ruiz), cuando es abolido casi definitivamente el decorado. Innumerables filmes después de 1968, en nuestros países de América y en Europa, nos comenzaron a enseñar una idea justa de la evolución del mundo y de los individuos en todos los planos: moral, sexual, social, político, conocimos la economía de los pueblos. Estas etapas condujeron al cine hacia un papel de testimonio de nuestro tiempo y facilitaron la toma de conciencia en el espectador. En ciencia-ficción, en política-ficción, en sociología novelada, en jirones de la vida, el Séptimo Arte ha hecho, en esos años, enormes progresos. Hemos visto asimismo el brote espontáneo de talento marginales, el reconocimiento completo del cine de autor, se han sucedido "nuevas olas francesas" o "edades de oro mexicanas" o "cinemas novos brasileños" o "nuevos cineastas chilenos" o "nuevos cines españoles" o "cineastas de la escuela de Nueva York"... y hemos visto el nacimiento de ciertos films contestatarios, y sátiras virulentas, otros de gracia insuperable, todo indispensable para el conocimiento del mundo en que vivimos. La vida es una obra de arte, y lo que el público cinéfilo, lo que el espectador espera del cine es, más que nunca, un reflejo exacto de los sentimientos de la vida, una transferencia sin engaño de la vida a la imagen en movimiento que vemos pasar en la "sala oscura". En el plano comercial, el cine parece haber encontrado su salvación, su porvenir, en este gusto por la verdad del arte que saben los nuevos cineastas y, muy en especial, el público cinéfilo. Ni unos ni otros, ni hacedores ni espectadores parecen dispuestos a detenerse en su descubrimiento del hombre. Ya terminó el cine con altos honores su juventud de 100 años; en lo sucesivo no se atascará ni en la espectacularidad, ni en el sentimentalismo, ni en la elucubración anecdótica, porque ahora va directamente a lo humano que lo contiene todo a la vez, como es el arte.

Y si pensamos que las películas que vemos en los cine-arte de nuestros países de América, a las que se sumaron a partir de la década de 1950 las europeas, y a partir de la década de 1970 las asiáticas, no son muchas. El patrimonio artístico que nos deja los primeros 100 años del cine es muy poco, y a la vez enorme. Basta para llegar a este momento glorioso del nuevo arte, porque su término de la juventud no queda circunscrita a la forma en que ahora presenta las cuestiones. Antes el cine se especializó en temas escapistas, pero ahora la televisión se posesionó de este género, recurriendo la pantalla grande a experiencias totalmente humanas. Una película vigorosa y representativa de esta entrada a la madurez es "The Pawnbroker" ("El Prestamista"), dirigida por Sidney Lumet e interpretada por Rod Steiger, uno de los más altos actores de carácter en norteamérica. Sol Nazerman, el prestamista, hasta donde podía verse era un hombre antipático y prepotente que en el Harlem neoyorquino explotaba a negros y puertorriqueños. Sin embargo, la empatía con él aumenta a medida que el público se va enterando de lo que ocurrió al personaje 25 años antes en un campo nazi de concentración, y que lo convirtió en una especie de robot. Sus emociones fueron extirpadas en ls misma forma en que una lobotamía habría cercenado parte de su cerebro. Está incapacitado mentalmente para compararse a sí mismo y a su familia, víctimas del nazismo, con las víctimas a quienes él trata mal todos los días. La cinta carece de un héroe. Refiere la historia de un hombre que se enfrenta al hecho aplastante de que es un ser falible. Sus notas altas son la honradez y la sinceridad; dos características imprescindibles del cine que vendrá.
Richard Brooks al filmar "In Cold Blood" ("A sangre fría"), en la década de 1960, basada en el libro de Truman Capote que analiza a dos asesinos sicópatas, tuvo el talento de llevar a la pantalla un tema que interesaba a todos, es decir, cuando hablaba de violencia inusitada y sus causas, hablaba de algo que a todos nos atañe y que, sin dejar nunca de ser entretenido, nos permite vislumbrar conocimientos para impedir el mal enseñado en una sala oscura. En nuestros países de América, por supuesto, Truman Capote era un escritor famoso desde antes: en Chile ya conocíamos sus libros y el estreno de "A sangre fría" fue recibida con expectación. Otros directores que conocimos de esa oleada fueron Stanley Kramer ("El Juicio de Nuremberg"); Otto Preminger ("El Cardenal"); Fred Zinnemann ("Hombre de Dos mundos"); Robert Wise llegó para quedarse de inmediato con "Amor sin barreras", luego nos llegaron otras cintas suyas interesantes, como "The Sound of Music", que conocimos como "La Novicia Rebelde", que solidificó a Julie Andrews como una de las actrices mejor acogidas de la época.
A finales de la década de 1960, junto con el momento glorioso de la llegada del hombre a la Luna, cuando la Televisión también despegó con ellos de la Tierra, ocurrió un fenómeno curioso: varios directores famosos de la televisión de entonces, descubrieron que el arte estaba en la "sala oscura" y emigraron de la pantalla chica. De entre ellos, conocimos en Chile a John Frankenheimer ("El Embajador del Miedo", acerca de un complot comunista para asesinar a un candidato a la presidencia de USA; "Siete Días de Mayo", y "Segundos", una emocionante film de ciencia-ficción). Norman Jewison, nacido en Canadá, nos envió una cinta que fue muy popular: "Ahí vienen los rusos", y también "Al calor de la noche", que trataba de las relaciones entre negros y blancos en el sur de USA. De Richard Lester que había trabajado especialmente en la filmación de comerciales en USA y emigró a Inglaterra, fue muy popular entonces por dos éxitos de The Beatles: "Help" y "La Noche de un Día Agitado", que fueron un fenómeno de taquilla en toda América; en España, Lester filmó "Algo muy curioso ocurrió camino al foro", que también fue un éxito internacional. En una reseña de obras cinematográficas que cierra la década de 1960, producidas por USA, y que fueron famosas en Chile, como en los otros países de América, debemos necesariamente mencionar a Stanley Kubrick, formado en el ambiente fílmico y sistemáticamente alejado de la televisión, de él primero conocimos "Lolita" (1962), con un guión suyo basado en la novela famosa de Vladimir Nabokov; luego nos llegaron sus cintas perturbadoras y desafiantes: "Doctor Insólito" y "2001, Odisea del Espacio": con Kubrick decididamente el público comienza a identificar a los directores de las películas, tip que antes ocupaban los intérpretes.
En la década de 1970, y hasta ahora en camino ascendente, el cine norteamericano, para bajar los altos costos de filmar una película, ha tenido que internacionalizarse. Es cierto que hasta ahora raramente Hollywood produjo cintas totalmente personales y atrevidamente inventivas como las cintas europeas. Desde un comienzo el cine en nuestros países de América ha sido siempre más costoso. Siempre ha sido bajo un presupuesto de menos de 1 millón de dólares; en México, por ejemplo, una cinta cualquiera puede costar entre 2 y tres millones; y en USA un presupuesto de quince o veinte millones es nada de extraordinario, cuando aún se filman superproducciones que bordean los 100 millones de dólares. Cuando se manejan estas cifras y se comparan los resultados, da que pensar ver una película clásica de Jean Luc Godard que en Francia no ha hecho con más de 100.000 dólares o en Suecia, donde el costo medio de las cintas extraordinarias de Ingmar Bergman no es más de 300.000 dólares. Para recuperar sus inversiones los cineastas norteamericanos tuvieron que producir algo que agrade al público y no sólo a la clientela de las salas de arte, simplemente porque no sabían cómo lograrlo; actualmente más del sesenta por ciento de los ingresos de Hollywood provienen del mercado extranjero; son estas y otras las causas de que sus cintas han perdido sus características específicamente norteamericanas. No se debe a una casualidad que a partir de la década de 1980 el reparto de las películas financiadas por Hollywood se hizo francamente internacional, con acciones ubicadas en cualquier parte del mundo. Esta universalidad del sitio donde transcurre la acción y la importancia mínima del lugar donde nació el hacedor, director, intérprete o técnico, siempre que sea gente de talento. También despertó una disposición a utilizar toda nueva técnica cinematográfica que haya dado prueba de su eficacia, sin importar su procedencia. Estas técnicas importadas se incoporan al cine en USA una vez que el público norteamericano demuestra que está capacitado y dispuesto a aceptarlas, para lo cual previamente acudió a ver las cintas importadas en que se emplean. Entonces, la universalidad del sitio de la acción, temática, intérpretes y disposición son características también del nuevo cine que vendrá.
Naturalmente que en todos nuestros países de América ha evolucionado una forma totalmente nueva de producción fílmica independiente, que no tiene nada que ver con Hollywood, ni con sus estrellas, presupuestos o valores. Pertenecen a una generación que nació sabiendo que el cine es una expresión artística y, también, intuyendo, decidieron que ellos eran artistas. Hasta las dimensiones de la película virgen que emplean es diferente. En vez de los 35 mm o 70 mm usuales, ellos experimentan con película de 16 mm y hasta de 8 mm. Han comenzado trabajando con la técnica accesible al cine más barata posible, y comenzaron a conquistar público para sus cintas en las universidades y museos, y también en las salas oscuras itinerantes. La "sala oscura" itinerante ha sido utilizada en nuestros países desde que viajaba la escritora Gabriela Mistral entre los revolucionarios del México de 1922: ella llevaba como herramienta de educación una máquina cinematográfica pionera y su pantalla transportable, que le eran de tanta importancia como sus lápices y papeles. En Chile, por influencia de la Mistral, ya se utilizaban. Entonces, se diría que estos nuevos realizadores cinematográficos, en un nuevo milenio, vuelven a buscar inspiración en los primeros tiempos del Séptimo Arte, cuando se trabajó con lo mínimo. Pero tienen sus características propias: autoestima, intensa autoconcentración, desprecio a los valores artísticos y morales de la burquesía y, a menudo, entonces, desprecio por la técnica cinematográfica tradicional. Se diría que un antecedente inmediato de ellos es Andy Warhol, que fue algo así como el gran transgresor, el primero que no tiene inconveniente en que una escena dure veinte minutos sin un solo corte y sin un solo cambio de enfoque, y graba bandas de sonido para sus películas con bandas de músicos de los arrabales de Nueva York, poniendo música de fondo al muy prolífico cine independiente de bajo costo. Aunque Warhol mismo no produjo una obra de arte cinematográfica, su aporte inspira hasta ahora a artistas de toda América, que intentan dominar perfectamente los secretos de la cámara a fin de que les sirva para expresar su visión de las cosas, a su alcance cámaras pequeñas y portátiles y grabadoras de cinta perfeccionadas en los últimos años. Son artistas en el mejor sentido del término, experimentan con las formas conocidas para crear una nueva forma, su propio "gólem". Intentando hacer del cine una verdad en la que el realizador comulga con su tema no sólo en lo artístico, sino personalmente. Una década después de Andy Warhol, este cine subterráneo se extendió a toda América, y lo que comenzó siendo considerado un fenómeno norteamericano se hizo una escuela vigente en todos nuestros países, que tiene realizadores importantes especialmente en México, Venezuela, Perú, Argentina y Chile. Sus cintas son exhibidas en funciones de medianoche organizadas en los cines de arte, en cine clubes, universidades y festivales cinematográficos. Turbulentos, agresivamente inconformes, exploradores, este cine subterráneo de la actualidad es un antídoto saludable, amargo a veces, que sirve de continuidad a la necesaria experimentación que vive el arte. Entonces, diremos que la experimentación también es un síntoma del cine que vendrá. Otro aspecto progresista lo constituyen las escuelas de cine que funcionan en todos nuestros países de América, las cuales crecen en número y capacidad a un ritmo sin precedente. En Instituciones especializadas y universidades se otorgan grados académicos en ciencias cinematográficas; animando a los estudiantes a que, además de aprender la técnica básica de la fotografía, la edición y el sonido, produzcan sus propias cintas experimentales. En Chile, en los últimos años han surgido varios concursos auspiciados oficialmente por el gobierno o entidades privadas, que animan a participar a estos jóvenes con sus trabajos, en que incluso hay opciones de adquirir financiamiento para equipo de filmación y sonido. Programas integrados totalmente por filmes producidos por estudiantes se exhiben regularmente en algunos cines de arte y universidades, pero, muy principalmente, por la televisión, que a estas alturas se ha convertido en una aliada de promoción para los nuevos realizadores del cine. En toda América, estos nuevos cineastas, además de su frescura, aportan algo magnífico: traen consigo un importante entusiasmo inspirado en su profundo respeto al cine. Esta sería otra cualidad que yo rescataría como característica del cine que vendrá: un profundo respeto por el Séptimo arte, respeto que se ha aprendido en las salas de clase de una universidad de Nueva York o en una escuelita de cine ubicada en los Andes chilenos, donde los cineastas del país tienen más libertad que todos los que les antecedieron, al abolirse en el 2001 la Ley de Censura Cinematográfica (Chile es el último país de América en hacerlo). La industria cinematográfica está rejuveneciendo. El público ha cambiado. El cine ha dejado de ser un hábito o un calmante; eso se queda para la televisión. El público cinematográfico de nuestros países selecciona lo que va a ver, y analiza más a fondo lo que acaba de ver. Los cines de arte han establecido niveles de calidad que sirven de patrón para juzgar la producción universal. Se diría que hoy todos los productores cinematográficos aspiran a llegar a ese nivel, y los directores de televisión los miran como el gato mira a la carnicería. Es cierto que hoy se filman menos películas, pero casi cada una de ellas tiene esta cualidad de aspirar a ser una obra de arte, en el sentido de aquello que entra a nuestra alma de repente y la hace mejor, más sabia y reconciliada con esa belleza oculta que solamente la naturaleza del hombre es capaz de rescatar, algo súbito, efímero en lo que dura una función en la sala oscura, donde habita la esperanza y la promesa del futuro del cine, un arte que está en gloriosa juventud.
La época de las sorpresas ha quedado atrás, de alguna manera sabemos que al entrar a la sala oscura, tomamos conciencia del mundo en que vivimos. Cuando somos capaces de consumir una enorme cantidad de información, sin ni siquiera pensar en el gran salto dado por la humanidad en un siglo, convirtiéndose el cinematógrafo en el más importante ejemplo del desarrollo alcanzado, por un lado del arte, y por otro, del del desarrollo de un capital e industria muy productiva, pues todos sabemos la gran importancia de la cinematografía en el desarrollo del capitalismo y sus diferentes etapas, hasta llegar al actual imperialismo y las otras formas trasnacionales de conservar el poder económico; en 100 años desjó atrás su personalidad de aparato curioso de la física recreativa para mostrar su verdadera dimensión como el principal espectáculo de masas de nuestro tiempo. Porque entre el arte del cine y el público se ha establecido un rápido y sólido canal de comunicación, trasciendendo una película su nacionalidad y su tiempo. Es como si el público cinéfilo internacional, cada vez más, despierta en él mismo cierta responsable capacidad para apoyar de inmediato la calidad, sin que fuera necesario un método de aprendizaje y sensibilización, que adquirimos naturalmente solo asistiendo a la sala oscura. Ahora despidámonos del primer siglo del cine diciendo adiós con un beso.

FIN
EL JOVENCITO SÉPTIMO ARTE
(Primeros 100 Años del Cine)

© Waldemar Verdugo Fuentes.
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