Thursday, December 29, 2005

11) EL WESTERN: LOS VALIENTES ANDAN SOLOS.

Por Waldemar Verdugo.

-El cine que Borges amó.
-La "reina de los bandidos".
-Belle Star y Wyatt Earp: los más populares.
-El lejano Oeste en Chile.
-Un legado para siempre, a la manera del arte.
-El orgullo de los norteamericanos.
-Entrevista a Lawrence Kasdan.

En sus primeros cien años, este “jovencito” que es el Cine, expresa su arte, sin embargo, por muchas rutas diferentes. Algunos directores trabajaron para mantener la tradición del cinematógrafo como espectáculo, más allá de cualesquiera pretensión; otros, buscando en el momento político, en el suceso público, la trama que atraiga; y, los menos, analizando las circunstancias que conforman la sociedad terrena. Sin embargo, cada núcleo humano adoptó el cine a sus costumbres: he aquí su universalidad, expresada a partir de lo nacional. Así, a Hollywood le debemos el western, un género que le es propio porque nació allí, evolucionando y permaneciendo como suceso inherente a la sociedad norteamericana, pero con interés universal por tocar fibras íntimas del Ser total (a la manera que sólo suele hacer el arte).
Decía Borges: “Por supuesto, Hollywood aportó varias desdichas, pero sus cowboys y sus dramas del Oeste serán un legado para siempre. Me parece que corresponde rendir tributo a Hollywood en este aspecto, porque a través del western pudo vindicar el género épico cuando la literatura lo había ya abandonado, nunca me adherí al sentimentalismo, aunque sí, profundamente, a esa épica de la acción pura y elemental, protagonizada por hombres que no se compadecen de su propia muerte."
Medir la profundidad en que se enraíza la fantasía del hombre, cuando busca sus ideales, es intentar medir la distancia que alcanza la imaginación. La historia del cine nos ofrece una interminable galería de personajes aventureros y libres. Sin embargo, su más alta expresión la alcanza en el western, en sus cowboys, que perduraron apenas treinta años, entre la guerra de Secesión (1860-1865) y la llegada de las vías férreas. Estos quijotes norteamericanos, con una colt en la cintura y sombreros de ala ancha eran en realidad trabajadores como cualesquier peón de nuestros campos latinoamericanos. Eran vaqueros cuya labor consistía en pastorear ganado a llano abierto y llevarlo al empalme camionero o ferroviario más cercano. El historiador de Montana K. Ross Toole se asombra con razón de que haya habido “tan suculento banquete con tan poca sustancia.”
La verdad en la cual está basada la leyenda cinematográfica del cowboy, nace como consecuencia del adelanto tecnológico que permitió la creación de los primeros grandes frigoríficos en Chicago y Kansas City, a 1.300 kilómetros de las llanuras del Sudoeste norteamericano, y la necesidad de trasladar el ganado en esa distancia. La aparición de colonos que alambraron sus tierras impidiendo el desplazamiento de los grandes rebaños, los crudos inviernos que mataban las reses y la necesidad de regular los envíos, hizo que la industria ganadera entrara en crisis. Y se pasó de la cría en llano abierto a la cría en llanos medidos, con cultivo individual de pasturas y límites cercados. Así murió el vaquero. En un proceso similar al que hizo desaparecer al gaucho argentino o al arriero de Chile. Culturalmente, en cuanto a sus costumbres de trabajo, el cowboy norteamericano viene del vaquero mexicano; sus técnicas de trabajo y gran parte de su labor diaria en el campo ya se practicaban en México antes de la guerra de Secesión. Lo cierto es que nunca hubo muchos vaqueros anglosajones en su mejor época: no menos de un tercio de estos trabajadores eran negros o mestizos, muchos de ellos eran liberados luego de la guerra y enriquecieron el Oeste en búsqueda de libertad. También en Norteamérica hubo vaqueros indios, inimaginables en el Olimpo hollywoodense.
El cine los rescató como hombres rudos, lacónicos e infatigables. Sus jornadas eran extenuantes, entre diez y catorce horas por día sobre el caballo, bajo calor, frío, lluvia o nieve, agotadoras persecuciones de reses, desafío constante de la bestia, la yerra y los arreos de varios meses eran su monótono, peligroso y estrecho camino cotidiano. Sin embargo, había algo en la actitud de estos hombres que Hollywood capturó para siempre: cierta comunión única con su trabajo, hacia su prójimo y hacia el mundo en general; una cierta actitud que los hacía diferentes a los otros trabajadores. El cowboy era, ante todo, un romántico, un prófugo de la civilización industrial apasionado de la libertad individual. Así lo captó el cine desde los inicios del género en Hollywood. Creando su propio universo de héroes.
Entre ellos, John Wayne se hizo notar en “La Diligencia”, dirigido por el joven entonces John Ford; y desde ese éxito no abandonó las botas y el sombrero alón. Ahora cabalga quizás si para siempre desde la pantalla. Robert Taylor también hizo soberbios vaqueros, con sus camisas negras y tiros certeros. James Stewart impuso el vaquero silencioso, desgarbado y aparentemente torpe. Clark Gable personificó al gallardo aventurero: su última cinta, “Los Inadaptados”, marca el ocaso del género: fue dirigido por John Huston y preserva la última actuación de Marilyn Monroe.
Un intérprete por excelencia de vaqueros fue Gary Cooper: a él lo vemos en “El Llanero” y “A la Hora Señalada”. Ahora no podemos imaginar a Cooper haciendo de “malo” en una película: es el “jovencito” por costumbre; proyectó siempre esa imagen del americano, del ideal americano más bien, un hombre valiente, recto, tímido y galante. Había nacido en Montana pero transcurrió gran parte de su infancia en Inglaterra, así, Cooper concilió en sus personajes al vaquero y al “gentleman”. Su entrada al cine la debió a sus habilidades como jinete, pero muy pronto vio alargados sus papeles hasta ser protagonista. Dos estrellas lo amaron: Claro Bow y Lupe Vélez, que luego de triunfar en New York con Florence Ziegfeld, impuso su talento mexicano en Hollywood. Gary Cooper queda establecido como imagen del vaquero con “El Virginiano”. Le seguirán, entre otras cintas, “Marruecos”, con Marlene Dietrich; “El Secreto de Vivir”, dirigido por Frank Capra; “Beau Geste” y “El Forastero”. Obtiene su primer Oscar con “El Sargento York”; su estrella parecía apagarse cuando filma “Solo ante el Peligro”, donde su introvertido y quijotesco sheriff Kane es reconocido nuevamente por la Academia. Hizo “El Manantial”; “La Gran Prueba”; “Hombre del Oeste” (o “El Árbol del Ahorcado”); en 1961, inmediatamente luego de filmar “El Jugador”, una semana después de cumplir sesenta años, Gary Cooper, “el orgullo de los yanquis” se rindió por primera y última vez.
En este retrato de familia del viejo Oeste norteamericano, los forajidos, los criminales que dan razón al héroe bueno, los bandoleros son pieza fundamental para acercarse a él. “Billy el Niño”, citado en varias películas desde que su nombre apareció en los carteles de la época muda, es uno de los más famosos. Aterrorizó hasta que el sheriff Pat Garrett lo mató a traición (según la historia). Billy tenía veintidós años. Y su cadáver fue enterrado en Fort Summer, en una losa grabado su nombre, sin mayor gloria hasta que durante una investigación oficial la tumba es ordenada abrir: y al cuerpo le faltaba la cabeza. Como por arte de magia, desde entonces, en muchas ciudades del Oeste “aparece” la cabeza de Billy el Niño: el primer forajido que el cine hace leyenda. Por supuesto que con la inspiración de una vida marcada. El verdadero nombre de Billy era William Boney, y nació en Nueva York en 1859. Hijo de emigrantes irlandeses, los sucesivos traslados de su familia lo llevaron a vivir a los territorios del entonces Nuevo México. Allí, de pequeño, aprendió a hablar en español, idioma en que se expresaba con frecuencia, granjeándose la confianza de la población latina, entre quienes hizo sus primeros amigos. Quedó fuera de la ley a los doce años, cuando en una riña por defender su vida mató a un hombre de una cuchillada. A partir de entonces debió huir para evitar la justicia. En México se unió a la banda de Jesse Evans, unos cuatreros. Pero, diezmados los bandoleros, debió huir nuevamente. El destino lo llevó al valle de Lincoln, donde dos facciones de ganaderos se hallaban enfrentados por el control económico del territorio. Es lo común que en una reyerta entre dos fuerzas, gana el más poderoso, el que puede manejar todos los mecanismos legales. Y Billy -por quizá qué estrella- entró a trabajar para el bando más débil.
Derrotado, William Boney ya será para siempre Billy el Niño, viviendo sin otra opción que convertido en bandolero sistemáticamente fuera de la ley. Es cierto que intentó redimirse: en 1878, cuando un nuevo gobernador (Lewis Wallace, que sería el autor del libro Ben Hur) al asumir el puesto proclama una amnistía general. Y Billy el Niño se entregó a la justicia, sin embargo, en lugar de la prometida amnistía, fue encarcelado acusado de asesinato. Consigue escapar de su prisión. Y se hizo ladrón de ganado. Ya la opinión pública lo reconocía formalmente como a un bandolero famoso, y quizás esto lo llevó a escribir al gobernador Wallace explicándole los motivos de sus actos. Pero su suerte era sin reserva, y en 1880 Pat Garrett, desde la oscuridad, disparó sobre Billy atravesándole el pecho. La prensa del lejano Oeste celebró el hecho, pero, digámoslo, el pueblo lo sintió o no lo hubiera hecho una leyenda. Es que era demasiado joven... Así, primero los inmortalizó el pueblo mismo, y luego el cine rescató su leyenda. Las agitadas biografías de forajidos como Jesse James o Butch Cassidy, a partir del medio siglo XX, también ayudaron, sin importar en que los escritos fueran reales o novelados. Lo cierto es que se trataba de personajes de carne y hueso cuyas vidas transcurrieron en un ambiente hostil, haciéndose, naturalmente, hostiles. Eran hombres que se fabricaban su propia ley, en una época y en un lugar específico en donde la civilización aún no se había impuesto con sus consecuencias; cuando vivir era en realidad una aventura.
A partir de 1858, cuando las diligencias, lentas e incómodas, se encargan de establecer una línea de comunicación entre el Este y las costas del Pacífico, es que se insinúan los primeros “malos”, y es también cuando se escuchan los nombres de los primeros “buenos”. Luego entró en acción el Pony Express, formado por hombres adiestrados para transportar el correo atravesando grandes extensiones a caballo en un desenfrenado galope, como fue que inició su carrera un sheriff famoso: Wild Bill Hickok, que murió de un tiro por la espalda. También se inició el “correo” William Cody, que se haría legendario luchando por el lado de la justicia con el apodo de “Búffalo Bill”. Sin embargo, la verdadera conexión con el civilizado Este llegó a través del ferrocarril, cuando el viejo Oeste deja de ser una especie de frontera de lo infinito, y hace su aparición un número cada vez mayor de emigrantes, pero también de magnates sin escrúpulos: estos individuos (especuladores, manipuladores capaces de efectuar los mayores robos amparándose en leyes dudosas), eran los nombrados “robber barons” (barones ladrones). Alguno de los cuales se hicieron de grandes fortunas vinculándose a las empresas ferroviarias: recibieron tierras del gobierno norteamericano para el trazado de vías férreas que nunca construyeron. En su lugar, dichas tierras obtenidas gratuitamente fueron parceladas y vendidas a los colonos.
Y el Oeste se convirtió en una especie de colonia explotada por el Este, donde iban a parar sus riquezas. La violencia y el atropello “legal” de los barones ladrones, de las compañías mineras y ferroviarias, y, sobre todo, de los poderosos banqueros, pasan a ser lo cotidiano. La desprotección de la población colona era evidente en sus viviendas paupérrimas, y subsistiendo, en la práctica, sin derechos legales. Lo que creó un descontento que debía estallar por algún lado. En las ciudades del Este, el pueblo comenzaba a protegerse a través de la incorporación en los sindicatos obreros, pero en el Oeste tal posibilidad no existía. Es entonces cuando surge en la historia del Oeste una pléyade de bandidos que el pueblo acoge con simpatía, por atreverse a socavar el orden establecido que a ellos en nada les beneficiaba. El más famoso de ellos es Jesse James, a quien se llega a llamar “El Robin Hood del Missouri”.
En Norteamérica no son pocos los historiadores que rescatan a Jesse James y su banda como forajidos que robaban a los ricos para ayudar a los pobres, interpretando este modo de actuar como un acto inconsciente de protesta. Según quienes han estudiado el tema del bandolerismo, este aparece cuando la población carece de una organización capaz de enfrentarse al poder mal administrado. Las aventuras de Jesse James, comienzan con el estallido de la Guerra Civil, durante la que luchó junto a su hermano Frank a favor del Sur en un grupo de guerrilleros denominados “Rufianes Fronterizos”. Al finalizar la contienda es declarada una amnistía y Jesse al querer acogerse a ella, en 1865, se presenta portando bandera blanca, pro fue recibido a balazos. Sobrevivió, y ya nunca estaría del lado vencedor. Así, cuando los especuladores del Norte inician una explotación sistemática del derrotado, los hermanos James actuaron como lo que eran: hombres blancos, pobres del Sur: el grupo social que vivía en condiciones deplorables, pero capaces de reaccionar con furia. La banda James, entre 1866 y 1881, asaltó doce bancos, siete trenes y cinco diligencias. Son los primeros que se atreven a asaltar un banco, en la ciudad de Liberty, a plena luz del día. Se diría que la fama de los James se debió a que el pueblo encarnó en ellos sus propios sueños. En 1869 se ofrecían tres mil dólares de recompensa por su captura, pero nunca fue denunciado. Ya entonces las poblaciones elegían a un sheriff, cuya misión consistía en velar por el respeto al orden hasta los límites del pueblo que le pagaba, teniendo el hombre que componérselas por sí mismo para cumplir su deber. Los delitos contra el Estado, tales como el asalto al correo, correspondía que lo solucionara un Marshall, nombrado por el gobierno. Tanto el sheriff como el marshall podían reclutar ayudantes, pero siempre fueron pocos. Entonces surge un personaje de nombre Allan Pinkerton, que es el fundador de una especie de agencia de detectives con licencia para matar y al servicio del mejor postor. Varios banqueros recurren, de inmediato, a esta empresa, recibiendo entre sus primeras misiones la de acabar con la banda de Jesse James.
“Los Pinkerton” (como se cita a este grupo) inician su trabajo introduciendo a uno de ellos como espía en la banda de James, pero este es descubierto y eliminado. Así comenzó la batalla. Al poco tiempo otros dos Pinkerton caen bajo las balas de los hermanos Younger, que se habían unido a los James. El acoso Pinkerton llega a su clímax en 1875, cuando prenden fuego a la casa de la madre de los James, causando la muerte de uno de los hijos menores. El impacto traslada a los bandoleros hacia el Norte, pero allí nadie los conocía, y al intentar un robo en el banco de Northfield, el 7 de septiembre de 1876, lo que iba a ser otro atraco se convirtió en una cruenta balacera entre los James y el pueblo. Jesse y Frank lograron escapar, pero ya su estrella declinaba. Aún lograron perpetrar otros atracos hasta 1882. Ese año un joven bandolero de nombre Bob Ford, pagado por el gobierno del Estado de Missouri, disparó por la espalda a Jesse James mientras este limpiaba un cuadro. Muerto su hermano, Frank se entregó a la justicia y, excepcionalmente vivió hasta edad muy avanzada. Ninguno de los bandidos célebres del Oeste, que se sepa, alcanzó a disfrutar fortuna. En verdad, sus botines no llegaron a ser considerables porque debían repartirlo entre todos los participantes en el atraco, así es que agotado prontamente afrontaban el peligro de un nuevo golpe. El mismo ritmo de vida del bandido del Oeste le impedía salir adelante; la típica escena cinematográfica en que lo vemos jugando y bebiéndose sus recursos en el Saloon, no es un mito.
Tampoco es un mito que el “malo” del Oeste norteamericano llegó incluso, a incursionar en lo más lejano posible: en los territorios de América del Sur. No fueron pocos, pero los más famosos, lejos, son Butch Cassidy y Sundance Kid; cuando acosados incansablemente por los Pinkerton deciden abandonar el Oeste. Sólo el acoso de la ley pagada los llevó a huir, porque entre el pueblo eran enormemente populares; la prensa por su parte, los había bautizado como El Grupo Salvaje, cosa que según historiadores como Albert Clifford de Llano Estacado, no era cierto, porque los investigadores están de acuerdo en que no existe noticia de que Cassidy y Kid mataran a alguien. A su manera, se sentían, efectivamente, unos héroes que para subsistir asaltaban trenes. Según otro historiador, Frank Torres, también de Nuevo México, “ellos, si debían disparar a alguien para salvar su vida, lo hacían a la montura. Jamás disparaban al jinete”. Butch Cassidy y Sundance Kid viajaron al Sur en compañía de Etta Place, una mujer amada. La relación del trío está retratada en “Dos Hombres y un Destino” (Paul Newman, Robert Redford y Katherine Ross), en que se reproduce su enfrentamiento con fuerzas del orden armado en La Paz, Bolivia, donde unos sitúan su fin. Otros los evocan de regreso en Estados Unidos hasta perderse en el anonimato.
Existieron también mujeres forajidas en el western, y hasta a una de ellas llegó a llamársela "reina de los bandidos": "Belle Star" (1848-1889), una mujer que vivió desde su juventud al margen de la ley cuyo verdadero nombre era Myra Belle Shirley, quien desde niña fue excelente amazona. A los 24 años huyó del hogar de sus padres con un cuatrero llamado Jim Reed, comenzando su vida fuera de la ley robando caballos del gobierno en la Reserva Indígena conocida con el nombre de "Las Naciones". Murió asesinada antes de los cincuenta. Célebres en el viejo Oeste norteamericano fueron también Cattle Kate (que fue linchada a campo abierto en 1899); Cattle Annie y Little Breeches, así como Pearl Hart, que era una verdadera especialista en asaltar diligencias. Seguramente la más conocida, sin embargo, es "Calamity Jane", que se la ha visto cruzar fugazmente varias cintas de cowboys. Se decía que "Calamity", cuyo nombre verdadero era Martha Canary, había sido empleada de un prostíbulo en Belle Fourche, pero terminó de perderla un desgraciado amor por Wild Bill Hickock, el bandido que inventó disparar con dos pistolas al mismo tiempo, y que inspiró a "Calamity" para convertirse en experta vaquera y a igualar o superar incluso a los hombres en el manejo de las armas. Dicen que se trataba de una mujer excepcional pero era fea y borracha, por lo cual Wild Bill la despreció siempre sin que a ella, aparentemente, le importara; lo único que buscaba en la vida era agradarlo. Así, cuando Wild Bill muere, ella, al despedirse del mundo, muy poco después, pidió una cosa: descansar en la tierra junto a su amor imposible. Y así se hizo: descansan juntos en el cementerio de Deadwood, Dakota del Sur, donde la tumba se ha convertido en objeto de romería.

Los pueblos latinoamericanos, desde los comienzos del cine, aceptaron cálidamente los westerns. Curiosamente, mientras en los países anglosajones la mujer campesina aguerrida casi no existe en el cine, a comienzo de la década de 1940 aparece en México María Félix: es “Doña Bárbara” según el texto de Rómulo Gallegos, que canta al matriarcado inexistente en el western tradicional, ella es más alta imagen de mujer del campo, de tierra adentro, fuerte, sabia que vemos en este cine, y su inclusión aquí es merecida si la ubicamos como un aporte del cine latinoamericano al western tradicional del norte. Los héroes y las heroínas del western son hombres y mujeres de buena intención. Así estas películas gustaron de inmediato porque, en esencia, se trataba de exaltar el valor humano, con héroes forjados a imagen y semejanza de nuestros mejores sueños.
En la década de 1950 las estrellas del género ya estaban establecidas en toda América. En nuestros países, los vaqueros y sus heroínas fueron de inmediato un éxito. En Santiago de Chile, entonces, nacieron seis salas rotativas dedicadas a estas películas (Roxy, City, San Antonio, Sao Paulo, Capri y King). El entusiasmo fue tanto que llamó la atención de los científicos de la época. Un siquiatra y miembro del Consejo de Censura cinematográfica, Juan Garáfulic, explicaba el fenómeno desglosándolo así (en El Mercurio):
“-En primer término, la gente gustaba de los episodios históricos en que aparece un pueblo luchando por su independencia, desarrollo o bienestar.
La segunda causa reside en que son temas simples, generalmente comprensibles para todo el mundo sin la complejidad de un Antonioni o un Fellini, ni la crudeza de ciertos films suecos y franceses.
Existe además en las cintas de vaqueros una acción directa y rápida de violencia a través de la cual la gente querría solucionar todos sus problemas.
En cuarto lugar, la mayoría de estas películas tienen algo épico. Dos fuerzas: una progresista y una recesiva se enfrentan. Triunfa al final la progresista, representada por la moral tradicional.”
La preferencia que sienten entonces, los niños por estas películas también es interpretada por el siquiatra chileno:
“-Lo que atrae principalmente a los niños es la acción directa en grandes campos, con los cuales siempre sueñan (esto lo decía el doctor Garafulic, recordemos, antes de que el hombre llegara a la luna). Los vaqueros actúan a caballo, luego de domeñar al animal más libre; en que en vez de grandes disquisiciones filosóficas está la frase corta, el gesto y los gritos que también llaman su atención. Y por último, porque ven elementos que identifican de inmediato: la flecha, el revólver, la lucha cuerpo a cuerpo, cuyo objeto y uso los niños conocen muy bien, por los obsequios que les hacen sus padres o porque el golpe de puños es el arma más inmediata de los niños. A esto hay que agregar la fotografía, el colorido, la rapidez y la simplicidad en la acción, al alcance de todas las mentes.”
La atracción que ejercía el western en la mujer de Chile de la década de 1950, lo explicaba el siquiatra así:
“-La mujer acude porque, pese a los avances de las sutilezas amorosas y las complicaciones actuales de la vida sentimental, le agradan los tipos con voluntad, decididos, un tanto bruscos, pero en el fondo con tendencia a monogamia. Ella será “la única” en su futuro: eso gusta a las damas. En muchos casos de estas películas, el héroe al elegir a su compañera no se preocupa de su pasado, porque las mujeres en el Oeste siempre fueron una minoría. Las espectadoras se ponen en el lugar de la protagonista que es rescatada. Además, la mayoría de los que triunfan en los films de cowboys, son candidatos potenciales a un devenir muy rico, ya sea a través del petróleo, la agricultura o la instalación de una industria. Eso le dará la seguridad económica.”
Lo cierto es que cuando nace el género, en 1903 cuando Edwin S. Porter filma “El Gran Asalto al Tren”, desde entonces el western fue discutido. En su momento en algunos de nuestros países latinoamericanos (y también en Norteamérica) los cowboys fueron acusados de violencia innecesaria. Hoy, sin embargo, se dice que, en verdad, no incitan al delito ni son inmoralizantes.
Para el director italiano Federico Fellini, “el western reúne la suma de la virilidad perdida por el hombre actual y la ebullición de ansia leal de conquista que caracterizó a los valientes del siglo pasado, concentrados en las praderas californianas”. Para el francés Louis Malle, los vaqueros “eran hombres que amaban y luchaban como en los tiempos medievales, capaces de morir por plantar su bandera con los colores de la amada, en tierra inhóspita.” Sin duda, en estas películas, en la sala oscura de un cine los hombres descargan su propio deseo de agresividad contenida y la canalizan en actos heroicos, y las mujeres satisfacen el mito del compañero fuerte y capaz que se sobrepone a la dureza de la realidad con valentía, siempre dispuesto, ya abolido el temor a la muerte. El productor de westerns Fess Parker, que como actor dio vida al infatigable “Daniel Boone”, ha declarado: “El Oeste norteamericano es un ancestro de más importancia para el ciudadano contemporáneo estadounidense que todas las poesías que se han escrito sobre su carácter tal o cual, derivado de su historia. La violencia de entonces, la búsqueda de riqueza de entonces, la aniquilación de los indios está en los genes de los niños que vienen naciendo cada día. La fuerza y el dinero, tan integrantes de la personalidad ideal del norteamericano del siglo residen en ese Oeste.”
El género, entonces, es propiedad de los norteamericanos, y es parte de su historia. Para el resto del mundo es una mirada por un ojo de cerradura en que se ven personajes fascinantes a quienes el cine dotó de un nombre y una leyenda. Su reinado nació con “Bronco” Billy Anderson, Tom Mix, Buck Jones y William Hurt, allá por 1910. Su influencia se extendió de inmediato: hasta los franceses inventaron su vaquero, “Arizona” Bill, en 1916. Dio para todo, hasta para musicales: los inicia Audie Murphy, que se acompañaba con un banjo, y Roy Rogers, al que sus enemigos dejaban terminar sus canciones antes de enfrentarlo a balazos. Cada western que se preciaba tenía su canción, en voces enormes, como Frankie Laine interpretando “Viento salvaje”, la música compuesta por Dimitri Tiopkin que se hizo parte insustituible de “A la Hora Señalada”.
En Hollywood, la carrera de un actor no se consideraba completa si no se había personificado a un vaquero. Como Marlon Brando, que no sólo actuó sino que además dirigió un clásico: “El Rostro Impenetrable”. Hubo directores que dedicaron sus mejores esfuerzos al western, como Delmer Davis: con un ojo muy sensible para el paisaje, ambientó sus tramas en manera realista escapando dentro de lo posible a los artificios del Estudio. Fue uno de los pocos cultores del género que alcanzó a ver su obra reconocida: a una montaña de Wyoming se la rebautizó “Spender’s Mountains”, título de una de sus películas. Su afán de búsqueda lo hizo innovar en las costumbres del vaquero (antes de él los cowboys casi no hablaban) y tocó elementos históricos, inherentes a Norteamérica, en cintas como “La Flecha Rota”; “El Tren de las 3:10 a Yuma”; “Cowboy” y “El Último Vagón”. Delmer Davis era admirador de John Ford, al que consideró “padre del western”; jamás Davis filmó en los territorios de Arizona/Utah, por estimar que ellos son propios del paisaje de las películas de Ford. Antes de morir dijo también haber aprendido de Anthonny Mann, John Sturgess y Sam Packinpak, lo que reveló su modestia porque estos son directores de western que filmaron después de crear Davis su obra.
El caso es que Hollywood no se renovó, aparentemente olvidando el género en los años sesenta. El stock de vaqueros envejeció y las formas poéticas y legendarias de los westerns fueron quedando atrás. La coyuntura abrió una brecha a los europeos, especialmente a los italianos, que lanzan al mercado una serie de producciones a bajo costo, pero atrayentes. Tímidas como debutantes en su primer baile, estas películas fueron calificadas como “cintas del Oeste hechas en el Este”. Sin embargo, el público las aceptó; cada nueva cinta de vaqueros/europea progresó en el número de matanzas y riñas espectaculares. La serie de cintas protagonizadas por Giulianno Gemma explota esta clase de brutalidad, pero es, por primera vez, la violencia matizada con elementos irónicos. En 1965 “Por unos Dólares Más” hace época en Europa y Latinoamérica. Y Hollywood reaccionó, es decir, reaccionaron los economistas del cine norteamericano, instalando equipos en Europa e iniciándose las coproducciones que, paradojalmente, resultaban más económicas, por los escenarios naturales y la mano de obra que se conseguía más fácil y a precios inferiores, sobre todo en España. Tal vez pensaron los productores de Hollywood que “por unos dólares menos” podían abrillantar un prestigio un tanto empañado a los ojos del público, que pedía más. Para algunos, como el sociólogo francés Rieupeyrout, “entonces la realidad mató definitivamente la leyenda del Oeste, y por lo tanto las películas que intenten revivirla ya no podrán gustar. El cowboy dejó de ser Dios. Y John Ford, su profeta, no tiene tampoco razón de existir. Mitad caballero Lanzarotte mitad Robin Hood, el bravo del Oeste era un cruzado del anarquismo que hizo carrera con la aventura. Su epopeya, convertida en mascarada con el advenimiento de la conquista del espacio, cerró su última página gloriosa con el primer cohete que cruzó los cielos y se internó en el cosmos.”
Sin embargo, aunque atrayente, su hipótesis no fue absolutamente acertada, cuando, luego de treinta años, el mercado de vaqueros, aunque reducidísimo, no ha muerto. Es cierto que llegamos a ver westerns filmados en España con actores que hablan en italiano y usan seudónimos norteamericanos, exagerando el cuadro: películas en las que lo que los norteamericanos hacían en forma histórica, lo recargaban de violencia, la maldad en los malos, la bondad en los buenos, sin olvidar el sentido del humor que casi no aparecía antes. Creando una mezcla que gustó a cierta clase de espectador y que se sigue utilizando. En la propia Norteamérica, a pesar de los mayores costos, no se puede decir que ha muerto el mito. En los años ochenta Lawrence Kasdan (“Los Cazadores del Arca Perdida”, “El Imperio Contraataca”) filmó el western “Silverado”, que probó que el género no estaba olvidado en Hollywood. Con Kasdan conversamos para VOGUE:
-“Tenía el guión desde 1982, pero sólo la terminamos tres años después. “Silverado”, nombre del pueblo donde se desarrolla la historia, significa “plateado”; la filmamos en Nuevo México, en los alrededores de Santa Fe, que es la segunda ciudad más antigua de Norteamérica. Un conocido rancho de la zona llamado “Cook” sirvió de sede al pueblo: en torno a él levantamos cuarenta y siete edificios, transformándose en el set más grande construido para una película de este género; construimos estructuras como el Bar “Estrella de medianoche”, la cárcel, numerosas fachadas de tiendas, la iglesia y la oficina de límites de tierras. Otro rancho, “Eaves”, utilizado anteriormente en cintas como “Cheyanne Social Club” y “Butch and Sundance Kid”, fue transformado primero en el pueblito mexicano de “Chimayo”, donde tiene el cuartel la caballería, y luego en el pueblo de “Turley”, donde los cuatro héroes se reúnen por primera vez, antes de emprender viaje a “Silverado”. El aspecto viejo y usado de las casas de esos pueblos lo logramos utilizando doscientos kilos de sulfato de hierro”. La cinta está construida con situaciones que francamente son un homenaje a las más tradicionales películas del viejo Oeste, caídas espectaculares, persecuciones a caballo, peleas y duelos. Dice Kasdan:
“Realmente quería hacer algo grande, algo difícil, en condiciones extremas. Esta cinta está dedicada a los niños de hoy, que no han tenido la oportunidad de conocer lo que se vivió en la conquista del Oeste, y a los adultos que vibraron con estas producciones.” La historia de “Silverado” es simple, según su mismo director, porque lo realmente importante es el reencuentro que el público tiene con los avatares del Oeste y sus cowboys. Señala: “Son cuatro héroes que no quieren serlo. Son arrastrados por las circunstancias a unirse en una aventura, camino de “Silverado”. Una vez que llegan ahí, no encuentran la seguridad esperada, sino que peligro y una amenaza que sólo la pueden vencer uniéndose nuevamente, casi contra su voluntad.”
Para las interpretaciones, Kasdan contrató a dispares actores. En el rol de “duro” y hermético está Scott Glenn, quien explicó su situación diciendo: “Para mí, las dos únicas formas realmente nativas del arte norteamericano son los blues negros del Sur y las películas del Oeste. Todo lo demás deriva principalmente de Europa.” Otro elegido fue Kevin Costner, que en 1994 y nuevamente dirigido por Kasdan, sería el legendario “Wyatt Earp”, una de las personalidades clásicas rescatadas por el género, y que, en 1993, ya había vuelto a las pantallas de la mano de George Pan Cosmatos, en “Tombstone” una cinta que pudo ser mejor pero que tiene el mérito de formar parte del nuevo aliento que tomó el género después del gran éxito de “Los Imperdonables” (1992) de Clint Eastwood. La figura de “Wyatt Earp” es el mito más perdurable que conforma la galería de personajes creados por el western, con un recorrido de 63 años a partir de “Ley y Orden” (“Law and Order”) en 1932, de Edward L. Cahn, donde el famoso sheriff es protagonizado por Walter Huston en un guión escrito por su hijo John, y en el que curiosamente no se usa el nombre de “Wyatt Earp”, siendo ese el personaje, sino el de “Saint Johnson”, título de la novela de W.R. Burrett en que se basa el guión. Cumpliendo la sentencia de que el western ha sido, en verdad, “la historia de un país sin historia”, Wyatt Earp fue un hombre de carne y hueso a partir de cuya vida se creó el personaje, cuya fama fue grande, acercándosele en admiradores sólo los bandoleros Jesse James y Billy the Kid, y otro sheriff; Pat Garrett.
Wyat Berry Stapp Earp nació en Monmouth, Illinois, el 19 de marzo de 1848. Su leyenda se inicia tras el incidente en la Taberna “O.K. Corral”, cuando siendo alguacil se enfrenta a la banda de los hermanos Clanton, venciéndolos, tras lo cual rápidamente adquirió la categoría de héroe y sus aventuras pasaron a formar parte de la mitología del viejo Oeste; en 1931 el escritor Stewart W. Lake registró su biografía: “Wyatt Earp, frontier marshal”, que se anota como la más fidedigna fuente de la cual tomaría sus datos varias películas que aluden al hombre. Se sabe, entonces, que luego de que su padre decidiera instalar a su familia en California, al término de la guerra de Secesión, Wyatt tenía como único objetivo en la vida el dedicarse al estudio y ejercicio de las leyes, al igual que su padre y antes su abuelo. Y así lo hizo. Estudió, se casó y conoció fugazmente la felicidad, pero su joven esposa Urilla, embarazada, contrajo tifoidea, enfermedad mortal en esa época. Y Wyatt, una vez viudo, cayó en el desconcierto que lo instaría a abandonar todo su pasado e iniciar una vida trashumante que el cine haría suya y ennoblecería a partir de una tragedia sentimental. La vida de Wyatt Earp es la vida de un hombre solo, marcado por una desgracia.
Wyatt comenzó su peregrinaje entre los Estados ganaderos de Arizona y Kansas, por zonas aún no conquistadas del Oeste de esa época. Se radicó durante un tiempo en el pueblo de Wichita, donde sin proponérselo se convierte en el ayudante del sheriff local, iniciándose su fama de hombre riguroso impulsor de la ley. Antes había estado dedicado al comercio de pieles de búfalos, donde conoció a los hermanos Ed y Bad Masterson, a los que ahora llamó para tomar parte en su cruzada de justicia, a la que también se unieron sus propios hermanos Virgil y James. La fama del grupo pronto cundió y el apellido Earp se transformó en sinónimo de temor entre los bandidos de la época. Su manera de aplicar la ley, donde golpeaba antes de preguntar, también ganó enormes odiosidades. Así, cuando Wichita se volvió un pueblo “demasiado” civilizado para tal aplicación de las leyes, el grupo se trasladó a Dodge City, uno de los sitios más indomables del viejo Oeste, conformado por una población flotante que incluía a todos aquellos que no tenían cabida en otro lugar. Allí Wyatt aplicó su costumbre de imponer la ley en tal forma que fue suspendido de sus labores por excesiva violencia, lo que se haría rutinario, como el que le volvieran a llamar. En uno de esos lapsos, mientras se le obligó a dejar su labor, fue asesinado Ed Masterson. Este hecho y la reciente odiosidad contra su cruzada lo decidieron a trasladarse junto a su grupo al poblado de Tombstone, donde se les unió un nuevo integrante: Doc Hollyday, un ex dentista con su propio pasado marcado y debilidades: jugar a las cartas y beber. La amistad entre Wyatt Earp y Doc Hollyday conforma la pareja del viejo Oeste cuya recurrencia el Cine hasta hoy toca. Juntos vivieron el célebre tiroteo en un callejón junto al “O.K. Corral”, que daría vida a una decena de películas, en que, con más o menos verosimilitud recrean su amistad, la vida de Bad Masterson y los propios bandidos Clapton, porque Earp, sin pretenderlo, también inmortalizó a sus enemigos. Pero es él la figura del viejo Oeste por excelencia, duro y solitario; aunque la historia también narra que hubo de tener aún dos compañeras: una prostituta llamada Mattie, la que le acompañó en Dodge City, y, luego, una bailarina de nombre Josie, a la que se unió en Tombstone y con la cual terminó sus días que el Cine salvó del olvido. “Ley y Orden”, con leves cambios del guión que John Huston hizo sobre la novela de Burrett, fue nuevamente llevada a la pantalla en otras dos ocasiones: en 1940 dirigida por Ray Taylor, y en 1953 dirigida por Nathan Juran, donde protagoniza a Wyatt el actor que se hizo presidente de Norteamérica: Ronald Reagan. Todavía en los años treinta Wyatt Earp apareció bajo el nombre “Michael Wyatt” en “Frontier Marshal” (1934, de Lewis Seiler), directamente basada en la obra de Stwart N. Lake, en que el protagónico fue para otro célebre cowboy: George O’brien. En 1939 un remake con el mismo título rescató al fin el nombre de “Wyatt Earp”, interpretado por Randolph Scott y dirigida por Allan Dwan, a quien se deben, a lo menos, otros dos westerns sólidos: “El Socio de Tennesse” y “Raza Incansable”; Scott aquí prefigura la imagen de Wyatt como pistolero atormentado, lacónico y solitario que traspasaría a sus personajes posteriores en los westerns crepusculares de Budd Boeticker y Sam Peckinpak. El personaje de “Doc Hollyday” en esta cinta señera lo interpretó César Romero, y muchas escenas entre los protagónicos serían conservadas intactas en las versiones posteriores.
En 1942 el director William Mc Gann aporta su “Tombstone”. Cuatro años después John Ford entrega la gran película sobre la vida de Wyatt: “Pasión de los Fuertes” (“My Darling Clementine”), con Henry Fonda en el papel del sheriff y Víctor Mature como Doc Hollyday. Ford hace repetir a los testigos en el “O.K. Corral” lo que decían otros testigos en “Fuerte Apache”: “Cuando la leyenda es más fuerte que la verdad, se publica la leyenda”. En sus manos, Wyatt se convierte en un héroe reflexivo, romántico, austero y ciertamente puritano. El juego de piernas de Fonda balanceándose en una silla se convertiría en una imagen antológica del western. Mature está en un gran momento de su carrera como Doc, que interpreta como un hombre afiebrado y vencido. John Ford diría luego que la clave del logro de su cinta está en la autenticidad impresa: “Yo conocí a Wyatt Earp y él mismo me contó sobre la pelea en el “O.K. Corral”, así que en la película lo hicimos exactamente del modo en que realmente ocurrió”.
El esquema de Ford sería el seguido en las versiones posteriores del mito. En 1955, Jacques Tourneur situó al personaje ahora en Wichita, y contó con la colaboración directa de Stwart N. Lake, creando una versión directa y estilizada, seria, con un creíble Joel Mc Crea como Wyatt. En 1957 John Sturges aporta su “Duelo de titanes” (“Gunfight at the O.K. Corral”), que ha sido uno de los westerns más populares que se han filmado, estimando algunos que, incluso, ayudó a reformular la actitud de Hollywood hacia el género. De hecho, convirtió en escena inolvidable la del duelo entre los Earp y los Clanton, que se prolonga por seis minutos: en esta cinta figuran dos de los actores más famosos del género, Burt Lancaster como Wyatt y Kirk Douglas como Doc.
En 1964 John Ford reincide en una de sus películas más sombrías: “El Ocaso de los Cheyennes” (“Cheyenne Autumm”): relato del último e inútil esfuerzo de la mítica tribu por salir de las frías reservas en las montañas de Oklahoma para retornar -a morir- en las tierras de sus mayores en Dakota. En esta epopeya indigenista, sin embargo, Ford rescata nuevamente la figura de Wyatt (James Stewart) y el Doc (Arthur Kennedy), aunque en los papeles secundarios de viejos guardianes de la ley. Otro que reincidió en los personajes fue John Sturges, con su “La Hora de la Pistola” (1967), una especie de segunda parte de su “Duelo de Titanes”; esta vez con otros actores: James Garner y Jason Robards. Ahora el tono del film es amargo y desilusionado, centrado en los héroes que envejecen como cualquier mortal: se trata del declive moral de Wyatt, y, como contraparte, del crecimiento de Doc Hollyday, por el dolor físico que le produce una enfermedad. Siguiendo esta huella desmitificadora, se anota Frank Perry, en 1970, al filmar “Pistoleros Malditos”. Perry, inscrito en la vanguardia del cine de escritores con obras tan valiosas como “El Nadador” y “Diario de una Esposa Desesperada”, muestra a Wyatt y el Doc como hombres que en vez de heroicos se muestran como pistoleros traicioneros, que viven para la mezquindad de la supervivencia. Formalmente, la versión de Pan Conmatos de 1993 se remite a los lugares comunes del mito; la “Tombstone”, 1994, de Lawrence Kasdan no es mucho más, sin embargo tiene una particularidad: no termina con el acto en el “O.K. Corral”, sino que se proyecta más adelante: con una última imagen del famoso sheriff rumbo a un nuevo destino, junto a una mujer amada. Un lindo final.
La historia de Wyatt Earp y de sus amigos y enemigos recorre un sólo mito: el del western, que en estos primeros cien años de la invención del cine confirma que, al último, es la leyenda la que queda. Porque, al final, la leyenda no es sino el perfume del pensamiento. Es cierto que el cine, más que otras artes, refleja claramente que hay un pasado imposible de repetir. El western no será igualado. Dramáticamente, una de las últimas cintas clásicas del género, “Los Valientes andan Solos” (de David Miller), plantea la amarga situación de un vaquero, Kirk Douglas, enfrentado al progreso de la vida moderna, a las ciudades que se van comiendo las praderas, a los búfalos que ya no existen, a los grandes campos de antes y su recuerdo de naturaleza pura y sol donde se podía cabalgar meses enteros, sin caminos cortados. El cowboy sucumbía en el mismo mundo en que vivió, que le impidió seguir trabajando, donde el aire puro se transmutó con el olor del petróleo. Sucumbió entendiendo que su tiempo se había ido irrepetiblemente. Había quedado sin nada, todo se lo fue despojando la vida misma y quedó solo. Sí, fue éste del cowboy un exacto epitafio: “Los Valientes Andan Solos.”

© Waldemar Verdugo Fuentes